Querida Persona Desconocida, Sargento Mamá nos dijo que no nos hiciéramos amigos de la perra. Yo no me hice amigo de ella. Solo me levanté, me acerqué y le di un poco del caldo de carne pequeña. Y después me quedé con ella y no me ladró ni nada, pero tampoco se puso a lamerme ni nada por el estilo.
Después tuve que pedir a mamá si me podía quedar a Laika, —ese es el nombre que le he puesto, por la astronauta—, mientras Carlos miraba y Andrea movía la cabeza y se iba a su habitación. Y entonces hice mi mejor y más estúpido intento:
—Me ayudará a cazar, —le dije.
—Vale —puso una voz rara cuando lo dijo, como si estuviera imitando a alguien— puedes empezar ahora, si traes dos conejos hoy, se puede quedar.
Eso me pareció muy injusto porque Laika no me ha hecho nigún caso. Tendría que estar muy loca para fiarse de mí. Todos podemos comer perro, ¿verdad? Con la suficiente hambre, la que da miedo, quiero decir. Como Laika no ha querido venir, Sargento Mamá le enseñará la puerta mañana y ella se irá. Y yo lloraré dándome cuenta de que lloro, pero por Laika y porque todo me sale mal, porque mis hermanos ya se han reído de mí y me dará igual si lo vuelven a hacer.